Madrid, 31 mar (EFE).- Cada día ve menos gente por la zona que patrulla y en la que los vecinos suelen acatar las restricciones. Es un guardia civil que tiene claro su papel en la pandemia: "Estamos para ayudar; primero informamos y luego si acaso sancionamos". Y clama: "No queremos caer enfermos, sino dar servicio".
Este agente que prefiere no dar su nombre trabaja en una localidad de la sierra madrileña y describe así a Efe su labor en estos días de restricciones para evitar la propagación del coronavirus: "La Guardia Civil está para ayudar al ciudadano y somos flexibles. Primero informamos y luego si acaso sancionamos".
No ha trabajado el pasado fin de semana, cuando han entrado en vigor las nuevas medida que restringen aún más las actividades, pero sí casi todos los días anteriores desde que se decretó el estado de alarma.
Asegura que no siente desasosiego por tener que salir a la calle a sancionar si no se cumplan las normas, ya que es importante la labor de vigilancia, y además la mayoría de sus intervenciones son para ayudar o para aclarar dudas, y los ciudadanos se lo agradecen a diario.
"Lo que me da pena y lo caótico está en los hospitales, y en las muertes de las personas mayores", opina. "Por las calles veo todo bastante tranquilo", añade.
Sí reconoce que entre sus compañeros hay "nerviosismo y preocupación" y "cada vez más miedo" porque no quieren caer enfermos, sino "seguir dando servicio", a pesar de que su riesgo es constante: no paran de relacionarse con ciudadanos y de atender avisos.
Explica que el "respeto o medio" se ha incrementado en los últimos días, al ver que han muerto varios compañeros que no eran mayores y no tenían patologías previas, como el teniente coronel Jesús Gayoso, jefe del Grupo de Acción Rápida (GAR) del instituto armado.
De hecho él no estaba usando ninguna protección hasta ahora, ya que solo les repartieron un par de guantes y una mascarilla a cada uno y "obligando a justificar su uso por escrito", y su prioridad es "intervenir rápido".
Pero a partir de ahora va a llevar de su casa y a usar unos guantes, una mascarilla y unas gafas de protección, porque no se fía "de la calidad de los que han entregado" y además "se ha dado la circunstancia que en alguna intervención se ha tenido que poner el material a las víctimas de un delito".
Cuando patrulla las calles, los caminos y las zonas rurales de la sierra madrileña ve una radiografía clara: cada día hay menos personas, sobre todo a partir de las siete, que "no queda ni un alma".
En la última semana este guardia ha vivido varios ejemplos de "picaresca", como el de una chica que iba "perfectamente equipada para correr", con sus cascos y su perro, y que al pararla les aseguró que solo había salido al campo unos minutos a pasear la mascota.
También tuvo que llamar al atención a tres hombres que bebían y fumaban porros en un banco.
"Suelen decirnos que no lo sabían... pero si que lo saben y hacen oídos sordos. Les informamos y dependiendo de la respuesta sancionamos: al final depende de los ciudadanos", cuenta, y asegura que "lo que yo veo es que no existe mucha desobediencia".
El perfil del infractor que se da en su zona es el de un joven de 20 a 30 años.
Algo que le ha llamado la atención es que cada vez escucha por la emisora más avisos relacionados con personas que tienen trastornos psiquiátricos, "unos porque no se medican y otros porque no aguantan encerrados". Un día recibieron cuatro de estos casos en pocas horas.
En uno de ellos una madre avisaba de que su hijo, que toma medicación porque es drogodependiente y trata de dejarlo, estaba discutiendo con su padre. Fueron y pusieron paz, porque muchas veces solo con aparecer se calman las aguas, detalla.
También se reciben más llamadas por intentos de suicidio, entiende que de gente que se siente peor al tener que estar en casa.
Cree que desde que se decretó el estado de alarma se cometen menos delitos en general, aunque en su zona sigue habiendo robos en casas, algunas precisamente sin moradores porque se fueron a una segunda residencia al estallar la crisis del coronavirus.
Esta epidemia también le trae historias de humanidad, como la de una mujer que se cruzó con unos guardias en la autovía cuando iba desde Ávila a Madrid para llevar a su padre al hospital, posiblemente contagiado de coronavirus.
Este agente que prefiere no dar su nombre trabaja en una localidad de la sierra madrileña y describe así a Efe su labor en estos días de restricciones para evitar la propagación del coronavirus: "La Guardia Civil está para ayudar al ciudadano y somos flexibles. Primero informamos y luego si acaso sancionamos".
No ha trabajado el pasado fin de semana, cuando han entrado en vigor las nuevas medida que restringen aún más las actividades, pero sí casi todos los días anteriores desde que se decretó el estado de alarma.
Asegura que no siente desasosiego por tener que salir a la calle a sancionar si no se cumplan las normas, ya que es importante la labor de vigilancia, y además la mayoría de sus intervenciones son para ayudar o para aclarar dudas, y los ciudadanos se lo agradecen a diario.
"Lo que me da pena y lo caótico está en los hospitales, y en las muertes de las personas mayores", opina. "Por las calles veo todo bastante tranquilo", añade.
Sí reconoce que entre sus compañeros hay "nerviosismo y preocupación" y "cada vez más miedo" porque no quieren caer enfermos, sino "seguir dando servicio", a pesar de que su riesgo es constante: no paran de relacionarse con ciudadanos y de atender avisos.
Explica que el "respeto o medio" se ha incrementado en los últimos días, al ver que han muerto varios compañeros que no eran mayores y no tenían patologías previas, como el teniente coronel Jesús Gayoso, jefe del Grupo de Acción Rápida (GAR) del instituto armado.
De hecho él no estaba usando ninguna protección hasta ahora, ya que solo les repartieron un par de guantes y una mascarilla a cada uno y "obligando a justificar su uso por escrito", y su prioridad es "intervenir rápido".
Pero a partir de ahora va a llevar de su casa y a usar unos guantes, una mascarilla y unas gafas de protección, porque no se fía "de la calidad de los que han entregado" y además "se ha dado la circunstancia que en alguna intervención se ha tenido que poner el material a las víctimas de un delito".
Cuando patrulla las calles, los caminos y las zonas rurales de la sierra madrileña ve una radiografía clara: cada día hay menos personas, sobre todo a partir de las siete, que "no queda ni un alma".
En la última semana este guardia ha vivido varios ejemplos de "picaresca", como el de una chica que iba "perfectamente equipada para correr", con sus cascos y su perro, y que al pararla les aseguró que solo había salido al campo unos minutos a pasear la mascota.
También tuvo que llamar al atención a tres hombres que bebían y fumaban porros en un banco.
"Suelen decirnos que no lo sabían... pero si que lo saben y hacen oídos sordos. Les informamos y dependiendo de la respuesta sancionamos: al final depende de los ciudadanos", cuenta, y asegura que "lo que yo veo es que no existe mucha desobediencia".
El perfil del infractor que se da en su zona es el de un joven de 20 a 30 años.
Algo que le ha llamado la atención es que cada vez escucha por la emisora más avisos relacionados con personas que tienen trastornos psiquiátricos, "unos porque no se medican y otros porque no aguantan encerrados". Un día recibieron cuatro de estos casos en pocas horas.
En uno de ellos una madre avisaba de que su hijo, que toma medicación porque es drogodependiente y trata de dejarlo, estaba discutiendo con su padre. Fueron y pusieron paz, porque muchas veces solo con aparecer se calman las aguas, detalla.
También se reciben más llamadas por intentos de suicidio, entiende que de gente que se siente peor al tener que estar en casa.
Cree que desde que se decretó el estado de alarma se cometen menos delitos en general, aunque en su zona sigue habiendo robos en casas, algunas precisamente sin moradores porque se fueron a una segunda residencia al estallar la crisis del coronavirus.
Esta epidemia también le trae historias de humanidad, como la de una mujer que se cruzó con unos guardias en la autovía cuando iba desde Ávila a Madrid para llevar a su padre al hospital, posiblemente contagiado de coronavirus.
La mujer, angustiada, les dijo que quería llegar al hospital cuando antes y sin dudar la escoltaron.
La semana pasada un matrimonio se acercó a él y a su compañero para pedirles consejo: trabajan en la misma empresa, suelen ir juntos en el coche pero con las restricciones decretadas podrían sancionarles, y se planteaban si uno de los dos tendría que ir en transporte público.
Ellos les explicaron que con un certificado de la empresa podrían ir los dos en el mismo coche, aunque uno de ellos en el asiento de atrás. "Es lo lógico, no vamos a hacer que uno haga el trayecto en transporte público, con lo que tardaría y porque se expondría más", razona.
Al preguntarle por su trabajo incide en que para poder hacerlo tanto él como sus compañeros tienen que estar sanos, ya que si cae alguno es probable que se contagien varios "y no se pueda garantizar la seguridad".
"Es una vergüenza que guardias civiles, policías nacionales y policías locales seamos considerados de bajo riesgo... Intentas que los ciudadanos no se acerquen pero las relaciones humanas son así y acabas acercándote, y te puedes contagiar al cachear, al detener, al tocar un coche o una barandilla", explica.
Detalla que cada patrulla desinfecta su coche, en su caso con una bayeta y lejía que ha comprado con su dinero.
A pesar del ambiente que se respira en el pueblo con la pandemia, aún tras cada jornada laboral se lleva a su casa la satisfacción de que muchos ciudadanos le agradecen su trabajo.
"Gracias. Si no es por la Guardia Civil no se qué sería de nosotros" le dicen sus vecinos, y con eso vuelve a casa satisfecho y se enfrenta al día siguiente.
Por Fran Gallego
(c) Agencia EFE
La semana pasada un matrimonio se acercó a él y a su compañero para pedirles consejo: trabajan en la misma empresa, suelen ir juntos en el coche pero con las restricciones decretadas podrían sancionarles, y se planteaban si uno de los dos tendría que ir en transporte público.
Ellos les explicaron que con un certificado de la empresa podrían ir los dos en el mismo coche, aunque uno de ellos en el asiento de atrás. "Es lo lógico, no vamos a hacer que uno haga el trayecto en transporte público, con lo que tardaría y porque se expondría más", razona.
Al preguntarle por su trabajo incide en que para poder hacerlo tanto él como sus compañeros tienen que estar sanos, ya que si cae alguno es probable que se contagien varios "y no se pueda garantizar la seguridad".
"Es una vergüenza que guardias civiles, policías nacionales y policías locales seamos considerados de bajo riesgo... Intentas que los ciudadanos no se acerquen pero las relaciones humanas son así y acabas acercándote, y te puedes contagiar al cachear, al detener, al tocar un coche o una barandilla", explica.
Detalla que cada patrulla desinfecta su coche, en su caso con una bayeta y lejía que ha comprado con su dinero.
A pesar del ambiente que se respira en el pueblo con la pandemia, aún tras cada jornada laboral se lleva a su casa la satisfacción de que muchos ciudadanos le agradecen su trabajo.
"Gracias. Si no es por la Guardia Civil no se qué sería de nosotros" le dicen sus vecinos, y con eso vuelve a casa satisfecho y se enfrenta al día siguiente.
Por Fran Gallego
(c) Agencia EFE