Cuarentena en mitad del océano



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Sevilla, 2 may (EFE).- El transporte marítimo, eje del comercio internacional, sufre la pandemia del coronavirus de forma especialmente dura porque los marinos ven muy difícil el regreso a casa, ya que gobiernos de todo el mundo han cerrado sus puertos. Es el caso de Antoni Roig, quien reclama apoyo de las autoridades para la navegación, un trabajo esencial.

Hace siete meses que Antoni Roig embarcó como alumno de puente en un buque mercante que opera en el Pacífico Norte; estudiante aún de náutica en la Universidad de Cádiz, con apenas 23 años, se enfrenta a una pandemia mundial que persigue a miles de navegantes.

Antoni, a quien la pandemia le sorprendió el 19 de enero navegando rumbo al puerto de Ningbo (China), relata a Efe desde su embarcación que realizaron las operaciones con normalidad en momentos en que “conocíamos el virus -dice- pero aún no le dábamos importancia”.

La navegación, rumbo a puertos de la orilla del río Yangtzé, se paró porque las autoridades les informaron de que deberían ir a fondeadero hasta que se les asignara una nueva hora de entrada al rio, relata.

Estos retrasos para atracar parecían ser una consecuencia de la proximidad del Año Nuevo chino.

“Pensábamos que no daban abasto”, señala este alumno, que explica que el mercante permaneció casi una semana parado en la desembocadura del Yangtzé, frente a Shanghái, donde se agolpaban centenares de barcos esperando, como ellos, entrar a puerto.

A medida que llegaban noticias, la percepción de lo que podría estar ocurriendo cambió y se dieron cuenta "de que era por el coronavirus y de la seriedad del asunto”, explica Antoni quien, como muchos navegantes, empezó a preguntarse qué pasaría con ellos.

Las autoridades chinas no se hicieron de rogar mucho más, iniciaron chequeos y el seguimiento de la salud de la tripulación, mientras que la naviera propietaria del buque les informó de nuevas medidas de protección.

“Pasaron los días y finalmente entramos al rio; las autoridades chinas embarcaron y desde entonces, en el barco se instauró el uso de mascarillas y guantes. Además se restringió la entrada de gente que no fuera estrictamente necesaria para llevar a cabo las operaciones”, relata Antoni.

Recuerda que fondearon en tres puertos en el rio Yangtzé y que abandonaron China "con el pensamiento de dejar atrás el coronavirus, algo que no llegaría a cumplirse”, pues Roig y los otros 25 tripulantes tendrían que encontrarse con más consecuencias de la pandemia.

“El siguiente puerto fue Taiwán, donde se preveía relevar a parte de la tripulación, pero las autoridades no dejaron desembarcar a nadie, porque habíamos estado en China los últimos catorce días, el período de incubación” del coronavirus.

RUMBO A ESTADOS UNIDOS

Antoni añade que “la situación se estaba poniendo muy fea, los gobiernos estaban empezando a tomar medias”, por lo que hasta el 2 de febrero no pudieron zarpar de Taiwán, con veinte días de navegación por delante hasta el estado de Washington, en la costa oeste de Estados Unidos.

De nuevo tuvieron la impresión de que todo parecía estar en su contra tras descubrir "que el estado más afectado por el virus era el de Washington, ¡parecía que el virus nos seguía!”, exclama.

El tiempo pasaba, y para la segunda semana de marzo el barco quimiquero llegaba a Vancouver (Canadá), donde sin saberlo, se llevaron a cabo los últimos relevos de la tripulación, momento que coincidió "con el estallido del virus alrededor del mundo” señala el joven.

A finales de marzo, navegando de nuevo hacia China, se dieron cuenta de que “volver a casa sería muy difícil” porque los gobiernos de todo el mundo estaban cerrando fronteras: el coronavirus había estallado globalmente.

Tras completar otra ruta hacia América, a mediados de abril regresaron de nuevo a China, donde “la opción de los relevos era ya inviable”.

Dentro del mercante empezaron a darse situaciones nunca vistas, “las reuniones a bordo se hacían en cubierta, al aire libre y manteniendo siempre una distancia de seguridad”, explica.

Con tristeza, Antoni recuerda que “volver a casa es algo muy difícil para la gran mayoría de marinos, los gobiernos han cerrado fronteras y las aerolíneas no operan; está todo parado”.

“Pedimos a los gobiernos que de una manera segura nos faciliten viajar a casa y al trabajo, hay tripulantes que llevan a bordo ocho, diez, y hasta doce meses”, y apunta en sus declaraciones a Efe que estar embarcado tanto tiempo “pasa factura”.

UNA INDUSTRIA A LA DERIVA

Desde marzo, la Organización Marítima Internacional aconseja a los gobiernos que faciliten el intercambio de tripulaciones de los buques que atracan en sus puertos “por el bien de las personas y para no afectar al comercio internacional”, cuenta Antoni.

“El noventa por ciento del comercio se realiza por mar, somos trabajadores esenciales, requerimos medidas justas para que podamos seguir ejerciendo nuestro trabajo”, reclama el joven.

Antoni Roig no es el único trabajador atrapado, ya que cada mes alrededor de 100.000 tripulantes tienen que ser relevados en todo el mundo, según datos de la Cámara Naviera Internacional (ICS, por sus siglas en inglés).

La respuesta de las autoridades españolas llegó el 29 de abril con la publicación de una orden en el BOE en la que se detallaba un nuevo modelo de actuación para facilitar los relevos de las tripulaciones a fin de “asegurar” el transporte marítimo.

La orden va en consonancia con las directrices de la Comisión Europea sobre la circulación de trabajadores del transporte, entre quienes se incluye a “la gente del mar” para asegurar su incorporación al puesto de trabajo, además del regreso a su país de origen “favoreciendo con ello los cambios de tripulación”.

La pandemia está rompiendo las redes entre países, mientras, los tripulantes esperan la llegada de respuestas sobre qué será de ellos, y en mitad del ruido provocado por el virus, continúan trayendo y llevando las materias que hacen funcionar al mundo, en el silencio de quien navega solo a través del mar.

Irene Barahona

(c) Agencia EFE